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Norgara

¿Adolescentes sin respuestas o progenitores sin preguntas?

Preguntas poderosas. Gran Angular. Familiar

Algo habitual en sesiones de terapia individual con adolescentes es que suelen tener una respuesta común, difusa, vaga y difícil de concretar. Ante preguntas como ¿qué te gustaría hacer? lo habitual suele ser algo así como “no sé…”, “me da igual…” o un clarificador “…bah, sin más…”.
A menudo siento que les faltan respuestas. Soy consciente de que el periodo adolescente puede generar cierta confusión dificultando en algunos momentos la toma de decisiones. Pero me sorprende y preocupa en cierto grado, cuando un adolescente no es capaz de dar respuesta a una pregunta sencilla que hace referencia a su propio yo.  A su deseo.  A su ahora.
Y a veces creo saber cuál puede ser el motivo. Si nos remontamos unos años atrás, mientras fueron niños/as, muchos/as no tuvieron oportunidad de generar sus propias respuestas porque éstas, eran dadas unilateralmente por los adultos.

Vamos a imaginar una situación; tras salir de clase Mikel, que tiene 9 años, le dice a su madre:
– Hoy Miren ha roto el dibujo de Rubén porque no quería dejarle sus pinturas
– Vaya con Miren, menudo genio tiene.- le contesta su madre. Seguro que la profesora le habrá castigado, ¿no? porque no ha hecho bien rompiendo el dibujo de Rubén.
Da igual si la respuesta que ofrecemos en este momento va por esta vía o por otra. Cualquier respuesta que demos estará cerrando una oportunidad al conocimiento; mutuo, porque le estaremos marcando nuestra respuesta sin saber cuál es la suya, y propio, porque estaremos perdiendo la oportunidad de ayudarle a crear su propia respuesta.
En cambio, cualquier pregunta abierta puede contribuir a que descubra y descubramos su opinión al respecto. Fíjate que para que haya una respuesta, previamente tiene que existir una pregunta.
– ¿Y qué te parece a ti como ha actuado Miren?
– Pues me parece súper bien, porque a mí también me coge las pinturas sin preguntarme y el otro día me rompió dos. Cuando se lo dije se rió de mi y se fue. A mí también me hubiera gustado romperle su dibujo.

Como ves en el ejemplo, si únicamente nos limitamos a dar nuestra opinión, hay una parte importantísima de información que nos estamos perdiendo. Además, corremos el riesgo de enviarle un mensaje erróneo a el/la niño/a, que le genere confusión sobre sus propios sentimientos o pensamientos: “si mi madre me dice que está mal y yo hubiera hecho lo mismo, algo en mí debe estar mal”. Como consecuencia de que este hecho se repita, el/la niño/a, puede decidir que es mejor evitar dar sus propias respuestas ya que a menudo no coinciden con la de los adultos, y por ello terminan creyendo que están equivocados (porque así se lo hacemos creer, claro está).

Y, llegados a este punto, ¿qué podemos hacer?
Pues algo tan sencillo y complicado a la vez como dejar de opinar. Aprender a preguntar para ayudarles a que encuentren ellos/as mismos/as una solución que les resulte útil. Ésta, es una dinámica difícil de conseguir, porque estamos más acostumbrados a buscar soluciones a los conflictos de los demás que a escucharles de manera activa y empática. Y para lograrlo, algo que podemos poner en práctica es estar atentos a nuestras conversaciones y cuando nos sorprendamos a nosotros mismos dando una opinión o una solución, intentar cambiarlo por una pregunta abierta. Difícil, pero no imposible. Como habéis visto en el ejemplo, incluso cuando ya hemos dado nuestra opinión, podemos preguntar sobre la opinión del otro, no es lo ideal, pero en el camino del aprendizaje también vale.

Preguntas Poderosas. Familiar

¿Y cómo preguntamos?
En la medida de lo posible conviene evitar las preguntas cerradas, que son aquellas que se pueden responder con un sí o un no. En lugar de preguntar ¿te lo has pasado bien en el cole? Podemos preguntar ¿Qué tal te lo has pasado en el cole? Es menos directiva, por lo que da opción a cualquier tipo de respuesta y será el/la niño/a quien decida qué contar.
Otro tipo de preguntas pueden ser:
Las que hacen referencia a sus opiniones y sentimientos: ¿Qué te parece…? ¿Cómo te hace sentir? ¿Qué opinas sobre…?
Preguntas circulares, que fomentan la reflexión: ¿Cómo crees que se sentirá…? ¿Cómo te gustaría que te trataran a ti si estuvieras en su lugar? ¿Qué crees que necesitarías/pensaría/sentirías si…?
Preguntas enfocadas en la búsqueda de la solución: ¿Cuál crees que podría ser una solución a…? ¿Cómo podríamos hacerlo?

Estas últimas son realmente importantes en los conflictos y los adultos raramente solemos confiar en las respuestas que los niños/as y adolescentes puedan darnos. Y cometemos un gran error, porque mi experiencia es que cuando se les escucha y atienden sus necesidades suelen ser muy sensatos y tienen la capacidad de generar soluciones alternativas mucho más creativas que las nuestras.

He probado con mi hijo adolescente y no hay manera. Su única respuesta es: “ya estás otra vez, no lo sé y me estás rayando”. Esto no funciona.

Claro. Una persona que no ha desarrollado la capacidad de buscar sus propias respuestas no va a saber generarlas de repente, cuando un buen día, su m/padre decide que va a dejar de instruirle con las suyas.

P-A-C-I-E-N-C-I-A y T-I-E-M-P-O. Empecemos poco a poco. Haciendo una pregunta y dándole el tiempo que necesite para responder, que pueden llegar a ser días, si es que consigue encontrar su propia respuesta. A veces ni siquiera lo intentan porque su experiencia vital les ha enseñado que no sirve para nada porque luego, no se tiene en cuenta. Necesitan tiempo para comprobar que esa dinámica está cambiando y tiempo para buscar en su interior y encontrar su opinión, su deseo, su solución. A veces requiere aprender nuevas palabras y otras, volverse a conectar consigo mismos/as. Y eso lleva un tiempo. Aproximadamente el mismo que nosotros necesitaremos para romper con la dinámica de los años anteriores.

Lidia Aguilera

#Familiar #GranAngular

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