¿Cómo atender el llanto?

Trabajo frente a una escuela en la que durante estos primeros días de septiembre, maestros/as, familiares y niños/as realizan el periodo de adaptación. Al principio los/as niños/as están acompañados y suelen estar tranquilos. Pero según los acompañantes tienen que ir saliendo progresivamente del aula… los llantos comienzan a ser frecuentes, angustiosos y desesperados.
Esta misma semana un experto hablaba en el periódico sobre cómo superar estos días de vuelta al cole. Comentaba que la adaptación es difícil, que es normal que lloren, y que por ello no se van a morir. Y lo comparto totalmente, nadie se muere por llorar. Sin embargo, no explicaba que el/la pequeño/a llora porque todavía no está seguro/a en ese entorno que desconoce y vive la ausencia de su figura de referencia como un abandono. Para los/as niños/as, cuya supervivencia depende del cuidador, un abandono real podría conllevar la muerte y como todavía no tiene la certeza de que ese cuidador auxiliar, el/la maestro/a, pueda garantizar su supervivencia, el llanto se traduce en una reacción instintiva natural y totalmente lógica.
Ser testigo de estas situaciones me ha animado a compartir mis reflexiones sobre la manera de entender y atender el llanto.
Cuando estoy con 39 de fiebre yo también me siento mal, y aunque sienta que me muero, en el fondo sé que no voy a correr tan mala suerte. Y aún así, necesito que el adulto que esté a mi lado me entienda, me consuele, y me reconozca con cariño que ese estado, transitorio, es realmente desagradable. Cierto es que por tener 39 de fiebre no suelo llorar, pero si lo hiciera, me enfadaría bastante si mi pareja tratara de despistarme o de convencerme para que dejara de llorar con argumentos tan absurdos como “no pasa nada”. Obviamente, a la persona que llora sí le pasa. De lo contrario, no estaría llorando.
¿Cuánto miedo le tenemos al llanto que tratamos de cortarlo de cualquier manera? ¿Acaso no es mejor que ese malestar se exprese? Porque, en realidad, el llanto solo es eso; una forma de expresar el malestar. Quien llora no sufre más que quien no lo hace; es solo su forma de expresarlo. Alguien que necesita llorar y siente que en su entorno no está permitido, tiene un malestar doble; aquello que le hizo llorar y la impotencia de no poder expresarlo de la forma que naturalmente le surge. Tantos logros obtenemos en esta sociedad tan avanzada y sin embargo, todavía no estamos preparados para aceptar algo tan básico e instintivo como el llanto.
Además, con los/as más pequeños/as ocurre que les quitamos toda autoridad emocional y somos los adultos quienes valoramos si el malestar de el/la niño/a es el suficiente como para permitir el llanto. Y cuando no encontramos una razón de peso para él, entonces no sólo lo ignoramos (porque cuando tratamos de despistar a el/la niño/a para que deje de llorar en realidad estamos ignorando su malestar) sino que además incluso llegamos a castigarlo (¡como sigas llorando te quedas sin helado!).
¿Qué podemos hacer entonces?
Podemos tratar de escuchar, cómo se siente, qué necesita… y de dar tiempo para llorar con libertad, incluso cuando no sea capaz de justificarlo con un motivo. Quizá nos ayude entender que el llanto, además de ayudar a comunicar las necesidades básicas durante la etapa preverbal (no sabríamos que el bebé tiene hambre si no llora, en parte, su supervivencia depende de ello), también cumple una función restauradora porque ayuda a liberar hormonas de estrés. Está demostrado que una vez resueltas las necesidades inmediatas, los/as niños/as a los que se les permite llorar el tiempo y con la intensidad que necesitan, ofreciéndoles compañía, escucha y contención, experimentan mejoría anímica y física.
Me permito traer un texto escrito que expone de manera gráfica dos maneras de atender el llanto. Solo queda que cada uno/a encuentre su respuesta: ¿Cómo te gustaría que atendieran el tuyo?