De (video)juegos y enfados

En el trabajo de asesoramiento a padres y madres, muchos/as reflejan la misma dificultad cuando sus hijos juegan con alguna consola o maquinita “Al final se la quitamos. Total, para qué juega si siempre se termina enfadando”.
Vivimos en una época en la que los videojuegos tienen una atracción increíble sobre niños y adolescentes. Quizá porque nunca me gustaron las maquinitas y siempre fui bastante mala utilizando los mandos, no llego a entender esta afición que en muchas ocasiones, se termina convirtiendo en obsesión. El hecho es que, pueda darle una explicación o no, la realidad es la que es, y a muchos menores les atrapa pasar horas con estos juegos. Muchos hablan de ello en terapia, desde los más pequeñitos que juegan al de lanzar los pájaros, a los adolescentes cuya mayor motivación es que llegue el fin de semana para poder jugar a construir mundos con bloques o a aniquilar una ciudad con su metralleta. Todos lo cuentan orgullosos, valorando sus avances y demostrando que, partida a partida, se enfrentan a retos que suponen superarse a sí mismos.
Y es cierto que lo habitual es que ese tiempo de ocio que “teóricamente” debería ser divertido, relajado y agradable, termine convirtiéndose en un castigo provocado por el enfado que ha expresado el menor: “empieza resoplando… y termina gritándole a la consola cosas como: “pero estás tonto, ¡no vayas por ahí!” Y eso si que no, para que se enfade, mejor que no juegue”.
El hecho es que el enfado, también es parte de la vida, y si le impedimos a nuestro hijo que juegue siendo el motivo su enfado, en el fondo le estamos transmitiendo que debe reprimirlo porque no es tolerado o no está permitido. Como todas las emociones, el enfado cumple una función muy importante para la vida que tendría que ver con la capacidad de defenderse, de exigir un respeto por lo propio. Es bueno y necesario enfadarse, la dificultad radica en cómo lo gestionamos y lo expresamos.
Tradicionalmente hemos funcionado apartando las emociones desagradables (tristeza, miedo, enfado,…) y nos resulta difícil aceptarlas y expresarlas. Generalmente, tenemos que estar ya muy enfadados/as para demostrarlo (lo que a veces nos lleva a actuar de forma desmesurada, explotando frente a la última gota que ha colmado el vaso), y eso hace más difícil aceptar y tolerar el enfado en el otro. A veces, para ello necesitamos una justificación y en el juego resulta muy difícil encontrarla. Sobre todo, si no tenemos en cuenta que el juego es una oportunidad para elaborar situaciones emocionales que han quedado inconclusas en el día a día, que no han podido ser solucionadas o no han podido ser expresadas. De forma, que el enfado que nuestro/a pequeño/a tiene con la maestra por haber menospreciado el esfuerzo que le ha llevado hacer el trabajo, lo expresa mediante el juego con las muñecas, las carreras de coches o las dificultades en los videojuegos. Es producto de nuestra dificultad en la gestión emocional que desplazamos las emociones desagradables sobre aquellas situaciones en las que sentimos que podrán ser expresadas. Y esto no es solo habitual en los/as niños/as.
Estamos acostumbrados a ver en el mundo adulto, una situación de ocio en la que miles de personas expresan su rabia, de forma socialmente aceptada. ¿Cuál es esa situación? El fútbol. En cuántos partidos, desde el minuto 1, hay personas gritando e insultando al árbitro y a los jugadores. He llegado a escuchar verdaderas barbaridades que de ninguna manera podían ser justificadas con lo que estaba pasando en el terreno de juego. Al principio me enfadaba con estas situaciones, no llegaba a entender cómo algunas personas podían llegar a ser tan descalificadoras (me parecían verdaderas energúmenas) con algo en lo que tienen tan poco que decir, que hacer, que ganar y que perder. Hasta que entendí, que el fútbol, más allá de ser un juego o una situación de ocio, tiene una función muy importante para la sociedad: permitir la canalización de la agresividad. Por supuesto, no todo vale y hay límites que no pueden ser rebasados. Pero hay muchas conductas que ahí están socialmente permitidas y que en ningún otro contexto serían aceptadas.
Quizá podamos entender y aceptar de la misma forma los enfados de los niños y adolescentes mientras juegan con sus consolas. Esto no significa que tengamos que aceptar todo tipo de conductas, pero quizá podamos ser más tolerantes y entender que el enfado que está sacando, probablemente no tenga tanto que ver con la partida en sí, sino con alguna otra situación en la que no ha podido expresar su rabia. Sin duda, puede ser una oportunidad para ayudarle a gestionarla y a expresarla adecuadamente. Incluso puede ser una forma en la que como adultos podamos servir de modelo para que aprendan qué conductas son tolerables y cuáles no.
Sandra
| #
Cuánta razón llevas en este artículo. En mi humilde opinión de joven sin hijos, pienso que mejor que dejarles mostrar sus enfados en solitario, sería jugar a videojuegos en familia para que el niño vea lo que ocurre cuando es otro el que pierde y cómo lo gestiona. Aunque, como digo, no he tenido experiencias de este tipo, creo que es mucho más enriquecedor como experiencia de aprendizaje! Jugar juntos y acompañar a los niños en el juego. Ellos también tienen mucho que enseñarnos a los adultos!!
Lidia
| #
Eso es Sandra, compartir juegos, con sus alegrías y sus tristezas, aprendiendo a divertirnos y por qué no, también a enfadarnos. Queremos resaltar tu última frase, ya que nos parece muy adecuada, ¡los niños tienen mucho que enseñarnos a los adultos! dejémonos aprender de ellos.
Gracias por tu comentario.