La adaptación escolar: una nueva mirada

Septiembre ha caído del calendario. En las familias, se plantea como una vuelta a la rutina y el momento de plantearse los retos a asumir en los próximos meses. Es, en sí mismo, un mes de adaptación. Adaptación que conlleva todo: horarios, rutinas, condiciones, relaciones, exigencias, actividades,… El año comienza ahora.
Y si para todas las familias éste es el mes de transición por excelencia, para aquellas en las que un miembro se incorpora por primera vez al ámbito escolar, lo es aún más. En muchas ocasiones he acompañado a familias en este proceso, y este año me ha tocado vivirlo a mí de primera mano, acompañando a la escuela a mi hija de 21 meses. Las reflexiones están siendo muchas y me interesa principalmente compartir hoy una, de la que poco se suele hablar cuando hablamos de la adaptación al cole.
Vaya por delante que entiendo la adaptación como un proceso en el que el/la niño/a, tiene que integrar que estará durante un tiempo separado de sus seres más queridos, sus padres, y que para ello necesitará saber que el nuevo entorno es seguro; que estará acompañado por unas personas de confianza que le transmitan la tranquilidad necesaria para saber que si lo necesita, va a ser ayudado/a. No es que el/la niño/a sea capaz de pensar en estos términos, es que su instinto de supervivencia así se lo transmite.
Como viene siendo habitual en esta época, son muchos los comentarios que he escuchado estas semanas atrás en torno a este periodo; que “es un rollo para las familias” y “se hace demasiado largo”, que “si algunas familias están más tiempo del establecido (por los adultos) en el aula es que algo estamos haciendo mal”, que “no pasa nada porque los/as niños/as lloren, porque se terminarán acostumbrando”. Y el comentario estrella: “a nosotros/as nunca nos lo hicieron así y no hemos salido tan mal”. Tocará reconocer que mal, no, pero… tenemos nuestras taras.
En fin. Demasiados comentarios y por desgracia, la mayoría de ellos negativos. Y eso que los/as niños/as, que son quienes mejor podrían opinar sobre el tema, a estas edades todavía no son capaces de argumentarnos. Ay, si los niños hablaran… sería mucho más sencillo!
Mi objetivo hoy es abrir un poco la mirada, para ver este periodo, tan desagradable en muchas ocasiones, con un poquito más de humanidad.
Reconocer a esos padres y madres, que sacrifican sus vacaciones para estar presentes en este tiempo, a veces incluso, sin entender la importancia que tiene el periodo de adaptación. O a aquellos/as que atienden las propuestas del profesorado, sin llegar a compartirlas, pero confiando en que ayudarán a que nuestros peques realicen una inmersión escolar lo más agradable posible.
Entender a esas/os profesoras/es, que consiguen llevar su dinámica de aula condicionadas/os por una situación realmente poco habitual, con miedo a ser juzgadas/os en su propio trabajo, con el deseo de que esta transición sea lo más corta y agradable posible. Porque, que no se nos olvide; las/os profesoras/es buscan la manera de hacer de éste, el trago menos amargo posible. A veces acertarán y otras… se esforzarán por acertar.
Validar a esos niños/as que aún sin hablar, nos dicen muchas cosas. Que necesitan su tiempo para entender lo que va a pasar, para conocer a la nueva figura de referencia y asegurarse de que es alguien en quien se puede confiar. Para aprender que aunque mamá o papá se vayan, volverán en un rato más o menos largo. Para conseguir manejarse con tantos niños/as revoloteando a su alrededor, defender lo que quieren y encontrar la manera de hacerse entender.
Reconocer, entender, validar. A cada persona que participa en el proceso. Al fin y al cabo, estamos preparando una ensalada de miedos, deseos, conductas y creencias individuales aliñada con expectativas e incertidumbres de progenitores, profesores y niños/as. Todo, en el mismo cuenco, tratando de que nos quede lo más rico posible.
Porque cada persona lo hace lo mejor que puede. Como puede. Desde la maestra que se pone nerviosa y quiere sacar a los padres del aula cuanto antes, al niño que llora cada día en cuanto su mamá le dice que sale un ratito al pasillo mientras él sigue jugando. Pasando por la mamá que se enfada porque la comunicación con las maestras no es tan fluida como a ella le gustaría. Si. Cada uno/a hace lo que puede, con aquellos recursos de los que dispone. Y es lo mejor que puede hacer en este momento. Puede que no sea suficiente o que no sea lo más acertado, y aún así, es todo lo que en este momento puede hacer con los recursos y conocimientos de los que dispone.
Y creo que si integramos esta manera de ver al otro, nos resultará mucho más sencillo aceptar las diferentes maneras de hacer y sentir, aunque no las lleguemos a entender. Saber que la otra persona actúa de una manera determinada porque cree que es lo mejor o porque es la única manera en la que sabe hacerlo, nos ayudará a acercarnos a conversar, compartir inquietudes y opiniones para poder encontrar ese camino que nos ayudará a transitar este camino, que es la incorporación de la familia a la escuela. Porque no nos engañemos, el periodo de adaptación… es para todos.
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