Las exigencias de la escuela… ¿necesarias para el mundo laboral?

Recuerdo que, durante años y años en el colegio, los profesores nos justificaban la necesidad de aprender, de llevar el trabajo al día, de mantener el orden y la limpieza en los ejercicios, de memorizar textos interminables e incomprensibles,… porque eran tareas que tendríamos que llevar a cabo en nuestro futuro trabajo. Con tanta insistencia, entre líneas se podía entender algo parecido a que, quien no aprendiera y cumpliera las exigencias de ese momento, no sería capaz de desarrollarse laboralmente de una forma satisfactoria.
Por suerte, durante aquellos años debía ser una de esas inconscientes o pasotas a las que las exigencias de la escuela no martirizaban. Hasta llegar a la universidad, fui una chica que se conformaba con el 6, y eso me facilitó mucho el trago escolar. Quizá también me ayudó la actitud de mis padres, que no valoraban únicamente los resultados, la puntuación final, sino que tenían en cuenta el esfuerzo y la situación vital que atravesaba en cada momento.
Ahora, pasados ya 12 años del último curso (en el que triunfó la pedagogía del miedo con la temida selectividad) y con 7 años de andadura laboral reflexiono sobre algunos mensajes que recibí y compruebo si coinciden con mi realidad laboral.
La importancia de los deberes
Se justifican como una forma para que los niños adquieran capacidad de trabajo y organización, para que se hagan responsables y afiancen los contenidos trabajados en clase. Sin embargo, ¿cuántas profesiones exigen DIARIAMENTE llevarse el trabajo a casa? Todos hemos tenido épocas de mucho trabajo, en el que hemos tenido que dedicar más horas de las que nos correspondían, pero salvo alguna excepción, esas horas suelen ser de algún modo remuneradas o recompensadas. Reconozco que en muchas ocasiones estoy dándole vueltas a algún tema de trabajo fuera de él. Mientras nado en la piscina desarrollo dinámicas o planifico sesiones; ahora mismo, son las 2 de la madrugada y estoy escribiendo… Pero es una elección libremente elegida, aprovechando momentos de lucidez y permitiéndome cuando no estoy hábil, desconectar de este trabajo que además, tanto me gusta.
Pocos escolares pueden decir lo mismo. Recuerdo que de estudiante tras 6 horas de trabajo (y presión de la que luego hablaré) tenía que sacar fuerzas para entender y estudiar a solas, aquello que a veces ni siquiera había entendido en el aula. Salía del colegio pensando en todo lo que todavía me quedaba por hacer. Era prácticamente imposible desconectar para poder conectar con interés al día siguiente.
Es como si alguien que trabaja en michelin hace 200 ruedas en un día, y su jefe le manda para el día siguiente otras 30, para que practique y al día siguiente pueda sacar alguna más. Lo siento señores/as, el mundo adulto no funciona así. Si nos llevásemos el trabajo pendiente o a mejorar diariamente, no pararíamos nunca. La abogada nos devolvería a las 22h la llamada que nos prometió a las 10h. Y eso, por lo menos con la mía, no pasa.
Un espacio para el aprendizaje
Llevo unos cuantos años de experiencia profesional y creo que estoy haciendo un largo recorrido en el que nunca dejo de aprender. Estoy en constante proceso de reciclaje, y poco tengo que ver con aquella que salió con la licenciatura de psicología. Me expongo diariamente a mis propios vacíos, a mis inseguridades, que son las que me permiten seguir avanzando en el aprendizaje. Es lo que me permite buscar para continuar haciendo camino. Realmente no sé cuando adquirí esta capacidad. Sin embargo, soy muy consciente de que no me gusta mostrar esas dudas, aun sabiendo que al compartirlas, el aprendizaje será mayor. Seguro. Generalmente las voy elaborando lentamente en mi cabeza, hasta que en un momento en el que casi sin pensarlo, lo comparto con algún compañero o compañera de profesión. Generalmente, eso sí, en petit comité.
Inevitablemente, lo comparo con “aquellos maravillosos años” en los que día a día, esta misma sensación me embargaba… ¡multiplicada por 26! Uno por cada compañero/a de clase. Si ya es difícil mostrarle tus dudas a una persona, ni te cuento ponerte en evidencia, sin quererlo, delante de toda la clase… y del profesor! Tengo la sensación de que en aquel entonces, no existía el ensayo-error. Las clases se convertían más bien, en una explicación-acierto, y mostrar dudas era mostrarle al profesor un gran punto de debilidad. Qué lástima no haber sentido la escuela como un entorno realmente seguro, ¿hubiera sido diferente si en lugar de interpretar el error como falta de interés o de esfuerzo, lo hubiéramos entendido como un paso natural del proceso de aprendizaje?
Encontrar la motivación
Por mucho que me guste, mi trabajo no siempre es fácil. Hay días duros en los que todo sale al revés… Como en la Vida misma. Pero también hay muchos días grandiosos, en los que vuelvo a casa pletórica. Es esa sensación de satisfacción, en el que me siento tan llena que es como si flotara. Yo suelo decir que voy “a dos metros sobre el cielo”. Eso me permite crear retos, nuevas propuestas… Algo que muy pocas veces sentí con los deberes, los exámenes y los aprendizajes de la escuela. Recuerdo que durante la época de estudiante, los objetivos, los procesos, el desarrollo,… Todo estaba estipulado por el profesor (el jefe) y todos teníamos que cumplir con sus plazos, sus contenidos, sus formatos. Se trataba de recrear su verdad. Con planteamientos tan cerrados es difícil encontrar motivación propia.
En el mundo laboral, algo viene externamente impuesto y tenemos que ceñirnos a ello; por ejemplo, a los propios profesores les imponen los objetivos y los plazos, pero pueden elegir el desarrollo y la consecución de los mismos. Si bien están obligados a algo, tienen cierto margen de actuación, de innovación. De motivación, al fin y al cabo.
En definitiva, durante años escuché tanto que las exigencias de la escuela me servirían para poder desarrollar el trabajo posterior, que lo integré como verdad absoluta. Incluso durante un tiempo di este argumento a los alumnos en vías de “fracaso escolar” con los que trabajaba. Con los años me di cuenta de lo engañosa que resulta esta afirmación para mí, ya que en mí experiencia, la época escolar, en poco o nada se parece a la época laboral.
La escuela es el comienzo de un camino, es solo una parte de un proceso de aprendizaje que nunca termina. Puede servir para adquirir conocimientos, si, pero me gustaría pensar que también puede ser un espacio para aprender desde la seguridad del entorno, la confianza en uno mismo, la tolerancia al error. Un espacio para la búsqueda de respuestas y también para la formulación de preguntas, que son las que nos van a guiar en el camino, las que nos abrirán nuevos horizontes. Las que nos permitirán encontrar un trabajo que nos satisfaga y en el que podamos crecer laboral y personalmente.