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Norgara

“No pasa nada”

No-pasa-nada

Ayer tuve analítica de sangre. Cuando me tocaba entrar, salía una mujer con su hija de la extracción. La niña tendría entre 2 y 3 años y salía llorando desconsoladamente, con los ojos rojos y la respiración entrecortada. Tuve la sensación de que no lloraba solamente por el dolor, había un sufrimiento más allá que percibí en sus ojos y me planteé cómo habrían preparado a esa niña para la prueba que iban a hacerle. Estaba sentada al lado de una conocida y con ironía le comenté “¿le habrán avisado de que no duele?

Tengo el recuerdo de que siendo pequeña en el dentista me dijeran algo así como “tranquila, que no duele y es solo un momentito. Verás como no pasa nada” antes de extraerme una muela. ¿Que aquello no dolía??!! ¡¡Y un cuerno!! Fue horrible y lo peor fue que pensé: “si me dicen que esto no duele… ¿cómo será cuando haya algo que realmente duela?”

No-pasa-nada

A partir de ahí dejé de confiar en lo que me decían al hacerme pruebas desconocidas, concienciándome de que sí me iban a doler y sabiendo que tenía que hacerme la fuerte para no demostrarlo. Al fin y al cabo, yo debía ser una blandengue que no aguantaba el dolor. La realidad era que pocas veces aguantaba las lágrimas y que terminaba con una sensación de confusión enorme, como si algo en mí no fuera bien. También sentía mucho enfado hacia la persona que me había tratado de tranquilizar. Y creo que esa combinación, la duda de si el fallo estaba en mi o en el otro, me angustiaba mucho más que el dolor físico que pudiera sentir.

De hecho, hoy es el día en el que la sensación y las consecuencias son mucho peores si no reconozco mi debilidad que si la asumo desde el principio. Ayer, según entré con la enfermera le avisé “a veces me mareo cuando me sacan sangre”, y muy atenta ella, me acompañó a una camilla explicándome que si me mareaba, mejor estar ya tumbada. Obviamente, no hubo ninguna dificultad en la extracción de ayer, me levanté sin mareos. La tranquilidad con la que me transmitió el mensaje la enfermera, ¡¡realmente no iba a pasar nada si me mareaba!! Tumbada en la camilla podrían atenderme y me recuperaría en unos minutos; no necesitaba aparentar que no me impresionaba que me sacaran sangre.

¿Qué ganamos cuando negamos a los/as niños/as lo que van a sentir?

¿A caso confiamos tan poco en su inteligencia que creemos que no se van a dar cuenta?

Y este contraste entre la realidad y el mensaje que recibimos sobre ella no ocurre únicamente con el dolor. A veces nos empeñamos en negar nuestras emociones, enviando mensajes contradictorios entre lo que decimos y lo que sentimos. Con los adultos a veces puede colar, pero con los niños… ¡son verdaderos expertos en comunicación no verbal!! Desde que nacemos hasta que adquirimos destreza en el lenguaje, los seres humanos nos guiamos por las caras, los gestos, el tono, los movimientos, etc. Entender la comunicación no verbal es lo que hace que los/as niños/as se adapten a las situaciones, las interpreten y aprendan de ellas.

Recuerdo una vez que sí me mareé en una analítica. Era una revisión de trabajo y, como hacía tiempo que no me extraían sangre, no caí en avisar. Se lo comenté a la enfermera cuando empecé a marearme. Y le vi la cara. Apuesto a que estaba tan blanca como me había quedado yo. Empezó a darme aire con un abanico mientras me repetía a 300 por hora “va, tranquila, tranquila que en seguida se te pasa”. Realmente no sé si aquel mensaje me lo enviaba a mí o se estaba intentado tranquilizar a sí misma. Rápidamente percibí su agobio y aunque no conseguía articular palabra, pensé que con la inquietud que me transmitía sería difícil para mí estar tranquila. Así que cerré los ojos intentando abstraerme y centrarme en mi respiración, avisándole de que poco a poco iba sintiéndome mejor.

Supongo que eso mismo le pasará a el/la niño/a cuando se hace una herida y no para de sangrar: “tranquilo cariño, que no pasa nada. Esto no es nada” y por dentro pensando “madre mía, como paro toda esta sangre”. La cara de susto y la respiración entrecortada no se pueden esconder. Obviamente, es necesario mantener la calma y transmitirla en positivo, algo así como “menuda herida, vamos a limpiarla y a curarla. ¿Te duele? Claro, debe doler. Ya verás como al curarla te sientes mejor”.

Tras años dándole vueltas a este tema, terminé dándome cuenta de que hay una frase clave que me servía y me sirve como advertencia de si estoy siendo sincera con la realidad y la emoción que ésta me genera. NO PASA NADA. De verdad, ¿no pasa nada? Si realmente no pasa ni se nos ocurre utilizarla. “Carlos, bajo a por el pan, tranquilo que no pasa nada”. “Hoy pedimos pizza para cenar, verás cómo no pasa nada”. No, en estas frases no tiene ningún sentido. Y es que cuando la frase cobra sentido, es porque realmente pasa algo. No tiene que ser desastroso pero es algo fuera de lo habitual. Y merece ser tenido en cuenta.

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