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Norgara

Replanteándonos las normas y los límites II

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Cuando se habla de comportamiento infantil, sobre todo del inadecuado, malo o como quiera descalificarse, rápidamente hacemos referencia a los límites: “es que a María nunca le pusieron límites”, “es Pablo no sabe respetar los límites”, “es que Jon siempre tiene que traspasar los límites”,…

Pero, ¿qué es en realidad un límite? Todos entendemos el significado de la palabra, un límite es algo infranqueable, una barrera que no se puede pasar. Pero se nos olvida el factor más importante del límite: existe para evitar un daño, tiene el objetivo de proteger cuando faltan recursos para hacer frente a una situación.

Están para proteger a uno mismo, a otros o a objetos de posibles daños.

De forma que los límites no deberían ser generales, al contrario, deberían adaptarse al momento evolutivo y a la personalidad de cada uno, de cada niñ@ en este caso.

Tendremos que diferenciar entre aquellos que son necesarios y los que son accesorios. Para los que realmente tienen que estar, SIEMPRE deberemos acompañarlos de una explicación real, útil y adaptada. Y en este punto no sirven razones como “porque no”, “porque es así”, “porque es peligroso”,… Efectivamente, es peligroso pero ¿Por qué? Siempre hay una razón más allá y los niños necesitan saberla. Primero para entender la situación y que la frustración sea menor y segundo para aprender en situaciones de vida. “No vamos en el coche sin el cinturón porque es peligroso, si tengo que frenar de golpe puedes hacerte mucho daño con el asiento de delante”. “No puedes jugar con los cuchillos porque puedes cortarte”. “No te dejo pintar con rotuladores la pared porque se estropea y quiero que nos dure mucho tiempo bonita, como está ahora”.

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Tengamos presente que el límite siempre coarta libertad, por lo que sería recomendable además de poner el límite proponer otra alternativa posible y que sea potencialmente menos peligrosa, si es que la hay. Porque no debería haber otra opción que ir en coche con el cinturón puesto, pero quizá podamos darle tiempo antes de arrancar para que decida ponérselo. Si no queremos que juegue con el cuchillo podremos ofrecerle la cuchara, y colocar papel corrido en la pared para que libere su lado artístico. Siempre que limitemos una conducta, conviene proponer otra alternativa para darle salida a su necesidad o su deseo y no censurar su iniciativa.

¿Y qué pasa con el enfado? Como adultos muchas veces nos sorprende la actitud que toman los niños al sentirse limitados. Pero pongámonos en una situación similar a la que vive el/la niñ@.

Cuando vamos por una carretera con límite de velocidad y tenemos la sensación de que ese límite no es necesario, ¿Qué nos pasa como adultos? ¿Cuántas personas respetan ir a 50 por circunvalaciones de ciudad en las que no hay peatones? Pues lo mismo les pasa a los niños cuando no entienden la verdadera razón del límite y como no tienen experiencias ni conocimientos previos en muchas situaciones, necesitan que les brindemos esa información. Porque nosotros como personas que hemos vivido mas tiempo si la tenemos.

Cuando los niños obtienen muchos no-es, además sin explicaciones congruentes, terminan sintiéndose tan frustrados que reaccionan intentando franquearlos continuamente. Pero cuando se le ofrece una explicación que entienda y se le reconoce la frustración que siente por no poder hacer aquello que desea o necesita (y que nosotros le estamos limitando), con el tiempo no sólo lo respetan sino que además lo integran como parte de sus experiencias de vida.

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