Sobre la tolerancia a la frustración (II)

Podríamos definir la frustración como aquello que sentimos cuando percibimos una dificultad o limitación mientras intentamos satisfacer una necesidad. Esa necesidad puede ser primaria (afecto, seguridad, contacto, escucha, hambre, sed, sueño,…) o secundaria (productos de consumo, horas o contenidos de televisión, alimentos no nutritivos, conseguir un resultado en una prueba,…).
Generalmente los seres humanos respondemos ante esa frustración luchando porque se satisfagan nuestras necesidades (lo digo, insisto, chillo, lloro, incluso puedo ponerme agresivo/a, trato de conseguirlo por mí mismo/a si no me lo dan), por lo que es una oportunidad única para crecer y expandir, progresivamente, todo nuestro potencial. Esto es, cuando el otro no puede satisfacer mi necesidad primaria, soy yo quien tengo que ponerme en acción para conseguirlo por mí mismo/a.
Entendiendo esto, podríamos definir entonces la tolerancia a la frustración como la capacidad para superar el estado emocional desagradable que surge de la frustración y sobreponerse a ello, de expresarlo y de avanzar. Es una capacidad que requiere tiempo y el/la niño/a lo va adquiriendo a medida que va madurando.
mmmm…. ¿Esto significa que no tengo que frustrar a mi hijo/a?
La frustración sistemática genera rebeldía o sumisión.
La ausencia de frustración limita la capacidad de auto superación o genera sensación de omnipotencia.
Como siempre, la clave está en encontrar el equilibrio justo. La frustración es necesaria para avanzar en la vida, pero será viable en la medida en que la persona esté preparada para tolerarla; no por frustrar antes a un/a niño/a va a aprender a tolerarla antes. Para poder adaptarnos a cada etapa tendremos que tener en cuenta algunas fases importantes del desarrollo evolutivo:
Desde el nacimiento, los bebés sienten sus necesidades primarias y las expresan mediante su lenguaje corporal y el llanto. Todavía no tienen los recursos necesarios para auto-satisfacerse y son los adultos responsables de su cuidado quienes siendo sensibles a sus demandas, aseguran la supervivencia del pequeño a través de cubrir sus necesidades primarias. Es por ello que siempre debieran ser atendidas. Las más identificables son la alimentación, la higiene, el sueño,… pero no podemos olvidar que el cariño y el contacto son también esenciales para el desarrollo.
La etapa cercana a los 2 años es conocida como la etapa de los NO-es. Los niños se están autoafirmando y necesitan ser respetados en este momento, para poder en el futuro, respetar el no de los demás. Resulta paradójico que en esta etapa, la frustración es habitualmente generada a los menores por la propia incapacidad de los adultos: ¿qué van a pensar de mí en el parque si mi hijo no deja la pelota que no está utilizando? “Venga Pablo, déjasela que tu no la estás utilizando, y es bueno compartir…”.
Sobre los 3 ó 4 años, comienzan a estar preparados para aceptar y tolerar la espera. A esta edad están más socializados, con lo que sus necesidades muchas veces son secundarias (quiero un helado a media tarde, un muñequito de juguete de la panadería o ver 3 capítulos de Pepa Pig) y por tanto, pueden ser más fácilmente frustradas.
El proceso se va cociendo poco a poco y es entre los 7 y los 9 años cuando tendrían que ser capaces de tolerar la frustración de una forma más o menos adecuada. ¿Eso significa que no se enfade cuando le digo no? En absoluto. El enfado es inherente a la situación de frustración. Es más, a mi me resulta más natural el/la niño/a que se enfada mucho cuando le frustran que aquel que ni se inmuta, porque este/a último/a, o no se permite expresar su estado emocional o no tiene la capacidad para luchar por sus necesidades.
De esta forma, dependiendo del momento evolutivo en el que se encuentre un/a niño/a podremos valorar si está capacitado/a o no para ser frustrado/a. Obviamente, habrá situaciones en las que la realidad se imponga y no nos quede más remedio que hacerle esperar, por ejemplo, si mi bebé de 4 meses está llorando porque tiene hambre, estoy conduciendo por una autopista y no puedo atenderle. Por ello no vamos a causarle un daño irreparable, pero si cada vez que llora porque tiene hambre nos limitamos a hacerle cumplir un horario establecido…… por un lado le estaremos transmitiendo que sus necesidades no van a ser escuchadas ni satisfechas, y, por otro lado, estaremos favoreciendo que se desconecte de sus necesidades primarias (ya que le estamos obligando a regularse por algo externo).
En definitiva, las frustraciones primarias deberían ser puntuales, cuando nos obliga la realidad, por lo menos mientras el/la niño/a no sea capaz de satisfacerlas por sí mismo/a (niños/as más mayores pueden prepararse la merienda y satisfacer su necesidad de alimento y de auto-suficiencia). Las frustraciones secundarias pueden ser más habituales, regidas siempre por un argumento más contundente que el habitual: “no siempre se va a salir con la suya”.
En realidad éste siempre ha sido un proceso complejo para madres, padres e hijos/as. Sin embargo, los/as niños/as de hoy en día tienen cada vez más dificultades para tolerar la frustración, y es que ser capaces de esperar en una sociedad en la que todo es instantáneo… no tiene que ser fácil. Yo crecí cuando teníamos que esperar a las 22h para que la llamada de teléfono nos saliera con tarifa reducida, cuando teníamos que esperar toda la semana al revelado de las fotos, cuando calentábamos el desayuno en el fuego, y teníamos que pedir a los reyes magos los zapatos nuevos para ir a clase… y eso, solo por mencionar algunos ejemplos. Hoy en día todo es instantáneo y los/as niños/as viven y crecen así. A nosotros la propia realidad nos obligaba a esperar.
Para terminar, os invito a observarnos como adultos y tomemos conciencia de las situaciones en las que nos frustramos, de cómo nos sentimos y de cómo son nuestras reacciones. Quizá desde ese lugar podremos acompañar de una forma más cercana, cariñosa y empática cuando no nos quede otro remedio que decirle a nuestro/a hijo/a “NO”.
Etiquetas: decir no, frustración, necesidades evolutivas, Tolerar la frustración