¿Un taller de autoestima para adolescentes? ¿Para qué?

Que la adolescencia es una etapa crítica y supone un cambio al que tienen que adaptarse la mayoría de las familias es una realidad conocida por todo el mundo. Pero que la autoestima juega un papel importantísimo en esta etapa, desgraciadamente, ya no lo es tanto.
El hecho es que la autoestima se va estableciendo desde las primeras vivencias de un ser humano; cuando un bebé llora y es atendido de inmediato, integra el mensaje de que sus necesidades son lo suficientemente importantes como para ser escuchadas, aceptadas y satisfechas. En definitiva, se siente como alguien valioso para la persona que le atiende.
Ese mensaje se va instalando en la mente de el/la niño/a a partir de los mensajes que recibe de padres y educadores (“¡eres tan bueno!” vs. “menudo trasto estás hecho”) y de las consecuencias de su comportamiento, interpretadas como éxitos (“soy capaz”) o fracasos (“nunca lo consigo”) generando una autoestima que puede tender hacia lo positivo o hacia lo negativo.
Por ello, sería utópico pensar que la autoestima permanece igual a lo largo de nuestra vida, pero sí es posible que se mantenga estable y con tendencia positiva. Es decir, aunque ciertas experiencias difíciles puedan hacer que una persona pierda algo de confianza en su propia capacidad y valía, lo recomendable sería que pudiera aceptar sus limitaciones y seguir teniendo presentes sus fortalezas y recursos, ya que serán los que le ayudarán a superar la dificultad.
La adolescencia se ha caracterizado por el reto que supone la transición de la infancia a la vida adulta. De compartir las referencias transmitidas en el sistema familiar a generar una referencia propia, sometiendo a juicio las transmisiones recibidas (normas, valores, creencias) y realizando una búsqueda de otros modelos que puedan resultar de mayor interés. Sin embargo, los adolescentes de hoy en día se caracterizan por tener que enfrentarse a nuevos retos: están sometidos a un bombardeo continuo de estereotipos sobre cánones de belleza que son cada vez más exigentes e irreales para con las personas en general y para con los adolescentes en particular, que están en pleno proceso de crecimiento y cambio corporal. Además, tienen que interiorizar multitud de contenidos vacíos, memorizarlos sin que supongan aprendizajes significativos con la inversión de tiempo y esfuerzo que para algunos conlleva. Eso, sin entrar a analizar cómo de anticuado se ha quedado ese método para el estilo de vida actual y las exigencias laborales a las que se van a tener que enfrentar (y para las que supuestamente se están preparando).
¿Cuál es la consecuencia? Que los adolescentes se comparan con aquello que se espera de ellos y el resultado que obtienen, en muchas ocasiones, no es el deseado: no llegan a tener ese cuerpo esbelto, sin celulitis y/o musculado que nos venden en los medios de comunicación y no encuentran la menor satisfacción en un proceso que supuestamente es en su propio beneficio y que les ayudará a alcanzar un futuro que, hoy por hoy, se presenta muy negro.
Es por ello que algunos adolescentes, sobre todo aquellos que han transitado la infancia sin lograr una autoestima lo suficientemente sana, pueden vivir los retos con mayor dificultad: se encierran en sí mismos y les cuesta relacionarse con amigos y compañeros de clase ó tienen dificultades para hacer frente a la exigencia que les supone la escuela. Es decir, cuando coloquialmente hablamos de chicos/as tímidos ó adolescentes vagos, puede ser que en realidad estemos hablando de jóvenes con una autoestima frágil que necesita ser reforzada. Garantizar experiencias de éxito, potenciar sus habilidades, visibilizar sus recursos y reforzar aquellas áreas en las que pueda sentirse más inseguro son estrategias que les pueden ayudar a sentirse mejor consigo mismos/as, más capaces y valiosos.
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